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Entre Sombras y Sudor

En aquella secundaria, donde los muros destilaban la monotonía del saber estandarizado, deambulaba un muchacho, Julio, cuya fisonomía parecía un misterio de tiempo y espacio. Los contornos de sus ojos, marcados por sombras de insomnio, delineaban un enigma, una especie de laberinto sin salida.

El joven, con el peso de sus zapatillas desgastadas, esquivaba la mirada ajena, como quien intenta burlar su propia sombra. Las ciencias exactas, con sus números enrevesados, se enroscaban en su pensamiento, creando un bucle de desconcierto; mientras que los relatos históricos resonaban en su cabeza como ecos de un universo paralelo. Al final de cada jornada, cuando el timbre rasgaba el silencio, sentía cómo un mar de incomprensión lo sumergía en sus abismos más oscuros.

Andares cargados de un peso invisible

Un crepúsculo, con la luz del día despidiéndose entre el enredo de las ramas, Julio se topó con el profesor de educación física, don Ernesto. Este hombre, cuya postura desprendía capítulos de experiencia y sus ojos una calidez auténtica, le dirigió una sonrisa capaz de desarmar a cualquier ejército de penas.

«Don Julio», pronunció con una voz que tejía confianza, «he notado tus andares, cargados de un peso invisible. ¿Has pensado alguna vez en cómo serían tus pasos sobre la pista, livianos y audaces, retando al viento en su propio juego?»

Sorprendido, Julio apenas articuló algunas palabras, pero en su interior, una chispa, hasta entonces dormida, comenzó a cobrar vida. Al día siguiente, armado de valor y tenis que narraban historias de tiempos mejores, pisó la pista. El astro rey, curioso, se coló entre las nubes para ser testigo.Entre Sombras y Sudor